Alejandro es un pedazo de maltratador, con el pasado más turbio que un sacerdote de parroquia en parroquia.
Cuando te mira te paraliza y comienza a pegarte porque no aprendes a estar dispuesta y esa es tu obligación de perra.
Alex me quiere con la locura de los celos que prenden el conflicto, las voces y los golpes.
Cuando sonríe, entre los huecos de sus podridos dientes se incrusta la comida de burguer y, además del kétchup, aprieta mi cuello con sus ásperas y duras yemas que son palas de abofeteo inesperado.
El hombre que me tocó se va de pronto y cuando parece que el hueco de su cuerpo ausente se eleva en el colchón, tintinea la alarma de mi corazón enjuto, el ruidero de las llaves de la cerradura que me recuerda que nunca cambiaré, porque antes muerta que dejar de ser de él.
Alejandro ya mandaba cuando éramos novios pero yo lo achacaba al inmenso amor que me profesaba. Juzgaba a las mujeres que iban a los bares y se iban con cualquiera y me repetía que yo no era de esas, porque tenía la suerte de haberle conocido.
Alex es un pedazo de podrida locura de celos.
Los alex se esconden por todos lados, viven en el anonimato y solo entre hombres verbalizan la falta de respeto y presumen de saber lo que necesitan las mujeres.
Los maltratadores pasivos duermen tranquilos cuando acaban de enterrar a una madre, una hermana, una tía, una vecina, una ciudadana.
Impiden un amanecer claro con el silencio cobarde del inmovilismo y hasta que no voceen su protesta y adhesión no lucirá claro el día, no brillara el sol.
El alimento de la desigualdad, mata de hambre a la libertad.
Alejandro ya no vive aquí, me costo sacarlo pero lo conseguí.
Vive con otra mujer igual de tonta que yo, con el pasado mas turbio que una niña sin hogar que da mil tumbos.
Autora: Ari Ito (Albacete , febrero 2014)