El amor romántico y sus mitos.

De la familia como institución social básica y el matrimonio, establecido por medio del amor romántico, deviene la importancia del amor  en nuestra sociedad. Se trata de un fenómeno no universal sino propio de la sociedad occidental. El amor está construido socialmente y es reflejo y producto de una sociedad determinada, es decir, las personas se perciben enamoradas basándose en  los paradigmas proporcionados por la cultura. En el proceso de socialización a través de los distintos agentes de enculturación,  recibimos e interiorizamos los contenidos sobre las relaciones interpersonales, amorosas y de pareja. Éstos constituyen una transposición de los valores imperantes en la sociedad patriarcal, en este caso, en lo que se refiere a las relaciones entre hombres y mujeres.

Simone de Beauvoir ya expresaba la subordinación y desigualdad de las mujeres cuando afirmaba que El día en que sea posible que la mujer ame, no con su debilidad sino con su fuerza, no para escapar de sí misma sino para encontrarse, no para rebajarse sino para reafirmarse; aquel día el amor llegará a ser para ella, como para el hombre, una fuente de vida y no de peligro mortal. El amor romántico, supone, sin lugar a dudas, fuente de debilidad,  negación, inseguridad y peligro para las mujeres.

En el modelo de amor romántico cabe hablar de un sujeto, el varón, y un objeto, la mujer. En la medida en que el modelo de amor romántico que se propone a las  mujeres, implica una renuncia personal, un olvido de sí mismas, una entrega total,  que potencia comportamientos de dependencia y sumisión al varón (Bosch Fiol, 2007), no cabe hablar sino de objeto del amor. Abunda en este sentido (Esteban, Medina y Távora, 2005)  al considerar que el amor sexual, amor romántico o pasional, por su conceptualización y por las experiencias amorosas que promueve, es parte intrínseca de la subordinación social de las mujeres.

En contraposición, los hombres son el sujeto del amor y del eros. Ocupan el centro  y en esa posición privilegiada reciben cuidados afectivos, sexuales, eróticos y atención  gratuita y entregada por parte de las mujeres. El amor para los varones es fuente de poder, autoestima, estatus y prestigio. Esta fuente de poder  constituye un sólido soporte personal para cada hombre y para su vida cotidiana. (Marcela Lagarde, 2007) mientras que para las mujeres puede ser fuente de inestabilidad, inseguridad  e incluso puede ser de peligro. La entrega, la servidumbre, el sacrificio y la obediencia, así como la amorosa sumisión a otros, conforman la desigualdad por amor y son formas extremas de opresión amorosa (Marcela Lagarde ,2008).

Con respecto al amor no solo debemos tener en cuenta las consideraciones científicas sobre el mismo sino que también debemos incorporar todos los mitos que funcionan como verdades universales, que están cargados de emotividad y que contribuyen a mantener la ideología del grupo social, por ello suelen ser resistentes al cambio.

Los mitos románticos son el conjunto de creencias compartidas sobre la supuesta “verdadera naturaleza del amor”. Siguiendo la clasificación que establece Yela (2002) son:

Mito de la “media naranja”: creencia en que elegimos a la pareja que teníamos predestinada.

Mito del emparejamiento o de la pareja: creencia en que la pareja heterosexual y monógama  es algo natural y universal.

Mito de la exclusividad: creencia en que es imposible enamorarse de dos personas a la vez.

Mito de la fidelidad: creencia en que todos los deseos  deben satisfacerse con una única pareja.

Mito de los celos: creencia en que los celos son  signo  y requisito de amor.

Mito de la equivalencia: creencia en que el “amor”  y el “enamoramiento” son equivalentes.

Mito de la omnipotencia: creencia en que “el amor lo puede todo”

Mito del libre albedrío: creencia en que los sentimientos amorosos son absolutamente íntimos y no están influidos por otros factores.

Mito del matrimonio o de la convivencia: creencia en que el amor romántico-pasional debe conducir a la unión estable de la pareja y constituirse en la única base de la convivencia de la pareja.

Mito de la pasión eterna o de la perdurabilidad: creencia en que el amor romántico y pasional debe perdurar toda la vida.

Estos mitos son absurdos, engañosos, ficticios e irracionales y contienen efectos negativos de estas creencias como: la idealización, la valoración negativa del conflicto que es interpretado como indiferencia, la atribución interna de los aspectos negativos, y la decepción con la relación.

Usar los mitos románticos como modelo genera expectativas que son difíciles de conseguir y que provocan  conductas negativas que a su vez perjudica más la relación. En el caso particular de los celos las consecuencias son más graves, puesto que son considerados como predictores de violencia. Es necesaria, por tanto, una resocialización del concepto de amor, de los modelos amorosos deseables y de los modelos masculinos y femeninos basados en el afecto y en la confianza, el compromiso emocional y la reciprocidad.

A pesar de los cambios producidos en las relaciones y las formas de convivencia: familias monoparentales, familias homosexuales, personas solas y a pesar de las transformaciones que están ocurriendo en las unidades familiares y en las relaciones de género, sigue habiendo una relación estrecha entre la organización del amor y el ordenamiento desigual del mundo.

Socialización diferencial/ Identidad de género

Desde antes de nacer la familia se prepara para recibir a la criatura y lo hace, generalmente, de forma diferente según sea niño o niña. Se prepara la ropa y los colores de la misma,  la habitación más o menos adornada y con diferentes juguetes, incluso, las expectativas de la familia… serán distintas. La teoría de la socialización diferencial afirma que las personas, en su proceso de iniciación a la vida social y cultural, y a partir de la influencia de los agentes socializadores, adquieren identidades diferenciadas de género que conllevan estilos cognitivos, actitudinales y conductuales, códigos axiológicos y morales y normas estereotípicas de la conducta asignada a cada género (Walker y Barton, 1983 en Bosch Fiol, als 2007).

Ya desde el nacimiento, niños y niñas reciben trato distinto por parte de quienes  integran su entorno familiar, las interactuaciones de familiares y criaturas no son de la misma calidad, ni en la misma cantidad. Normalmente en los niños se favorece mas la estimulación y la actividad que en las niñas. Poco a poco van aprendiendo e interiorizando, aprendiendo los comportamientos que existen entre  niños y niñas y por extensión entre las mujeres y los hombres. Así pues, la socialización de género es el  proceso por el cual aprendemos a pensar, sentir, valorar,  comportamos y actuar como hombres o como mujeres, de acuerdo a unas normas, creencias y valores  que cada cultura y cada época asigna a  unas y a otros.

Estas normas no son universales para todos los seres humanos, ni son para siempre porque cambian con la edad, al lugar donde se viva… Cada grupo social, cada sociedad transmite normas, valores y sistemas de representación desde la niñez, en forma implícita y explicita con: gestos, comportamientos, tipos de relaciones, sanciones sociales y tabúes.

La socialización de los géneros constituye un proceso de aprendizaje cultural de los papeles asignados a cada individuo según su sexo. A una edad muy temprana, las criaturas aprenden que las personas adultas se clasifican en hombres y mujeres, y son muy diferentes entre sí. A los 3 años de edad  empiezan a comprender y asumir el sexo: niño o niña. Además, a partir de esta edad, observan que los sexos tienen asignados atributos y modos de comportamiento diferentes; que los hombres y las “actividades masculinas” suelen estar mejor valorados y que las mujeres  y “sus actividades” ocupan una lugar de subordinación, es decir, van aprendiendo la jerarquización. Para las criaturas, no es sencillo guiarse en esta cultura de dos géneros  y tampoco les es fácil formarse una idea de cuál es el comportamiento de género apropiado (Guía Gender Loops)

Las expectativas de la sociedad, la selección de juegos y juguetes según el género y la asignación de tareas basadas en el mismo tienden a definir ese proceso de diferenciación. La socialización de los géneros, también denominada enculturación,  se relaciona íntimamente con los valores étnicos, culturales y religiosos de cada sociedad. Las pautas sociales que se transmiten en la enculturación /socialización de niños y niñas son: jerarquización social, creencias religiosas y mágicas, relaciones de poder, pautas de alimentación e higiene, normas de vestimenta, pautas sexuales y sus prácticas, formas verbales y gestuales…

Durante la socialización primaria la criatura observa los modelos familiares, si el padre desarrolla unos determinados roles y la madre otros, se va incorporando progresivamente  a un grupo de referencia según su sexo. Aprende lo masculino o lo femenino, la masculinidad y feminidad, los comportamientos segregados para cada sexo, los aprende en la vida cotidiana, en el contacto permanente con niños y niñas de su edad y con padres/madres, vecinos/as y familiares. Así va construyendo su propia identidad. Esta socialización inicial es continuada por la escuela, socialización secundaria, consolidándose  las diferencias entre lo masculino y lo femenino  y contribuyendo así a los estereotipos de género.

En nuestra sociedad, a los niños, se les suele reprimir en sus manifestaciones afectivas y esto conduce a que estas potencialidades no sean desarrolladas y, dado que, no son consustanciales a la biología,  pueden producir en los niños una incapacidad para atender las necesidades emocionales de las demás personas. “ser educado como un niño significa ser reprimido en las relaciones afectivas, los seres humanos somos capaces de responder a las necesidades emocionales de los demás, pero estas potencialidades deben ser desarrolladas, no son consustanciales a la biología .En nuestra sociedad el cuidar a otras personas está inscrito en la femineidad. Se les enseña a las chicas a ser maternales, por medio de los juegos y se les insiste en que deben ser agradables, que deben estar atentas a las necesidades de otras personas” (Eichenbaum, Orbach, 1990).