Durante mucho tiempo hemos aceptado que las mujeres (que todas las hembras) tienen instinto maternal; es decir, que cuando una mujer es madre, dentro de su propia naturaleza encuentra las respuestas a su nueva condición. Esta teoría descartada por la etología, hay hembras que no participan de los cuidados de la prole, pervive en nuestra cultura y aquellas madres que no se ocupan del cuidado de su descendencia, se consideran madres desnaturalizadas.
Los “fallos” del instinto maternal se observan en todas las épocas, así E. Badinter en el Prefacio de su libro “Existe el amor maternal?” Se pregunta si hay que considerar anormales a esas madres que el siglo XVIII, en Francia, ignoran ese instinto y abandonan a sus bebés y afirma que contrariamente a las ideas que hemos recibido tal vez no esté profundamente inscrito en la naturaleza femenina. Si observamos la evolución de las actitudes maternales comprobamos que el interés y la dedicación se manifiestan o no […] las diferentes maneras de expresar el amor maternal van del más al menos, pasando por nada o casi nada.
Incluso cuando hayamos abandonado el instinto por el amor, amor maternal, lo dotamos de las mismas cualidades que aquel, es decir, lo naturalizamos. Pero el amor maternal es sólo un sentimiento humano. Y como todo sentimiento, incierto frágil e imperfecto.