In memoriam de una «Manchega de Honor»: mi madre

La Feria evoca mi infancia: es mi patria, tiempo y lugar para mis recuerdos y espacio para mis seres queridos. En aquellas ferias de mi infancia, mi madre se permitía interrumpir sus múltiples quehaceres y se concentraba en la atención y cuidado exclusivo a nosotras: sus hijas; si es que cabía más atención de la que ordinariamente nos prestaba.

A primera hora, vestidas con el traje de los domingos, empezábamos a vivirla, exprimiendo cada segundo como si fuera la primera y última vez. La disfrutábamos desde muy temprano  hasta que nos vencía el sueño sentadas en algún refrescante con la cabeza apoyada en la mesa, como en aquellas siestas de escuela de párvulos, compartiendo con alguna de mis hermanas un refresco de naranja o limón. Era el tiempo de la discusión por un centímetro menos de bebida que había en mi vaso.

La noche anterior no habíamos podido conciliar el sueño, era mucha la emoción, imposible descansar;  aunque ella, mi madre,  nos había advertido de que era muy importante dormir para estar bien al día siguiente y así vivir la Feria intensamente.

Cuando nos llamaba, nos levantábamos deprisa, sin protestar y sin excusas y mi hermana mayor, que casi todos los días iba llorando al colegio porque le habían hecho daño al peinar su larga trenza, no lloraba, había olvidado los nudos y tirones del cabello, era la magia de la Feria.

Recuerdo que antes de llegar al  Paseo nos habíamos detenido en alguna churrería a tomar  churros con chocolate, mi madre atendía nuestros lloriqueos, aunque sabía a ciencia cierta que era imposible que nos la comiéramos, siempre pedía una rosca entera; y así recuerdo a mi madre: con cinco o seis churros envueltos en papel de estraza cada vez más pringoso, aunque en algún momento y sin saber cómo se desprendía de ellos.

Las primeras horas las dedicábamos a buscar y elegir los juguetes que mi madre y mi padre nos feriaban. Los Redondeles rebosantes de juguetes representaban el palacio de los Reyes Magos en septiembre: triciclos, muñecas, pelotas, armónicas…tantos juguetes que, aunque hubiéramos decidido desde tiempo atrás cuál queríamos, en más de una ocasión nos enamoramos de algún otro y ¡era tan difícil esa elección!

Una muñeca partida en dos, cabeza por un lado y resto del cuerpo por otro, es el recuerdo de un día de Feria  en el que mi hermana y yo forcejeamos para conseguirla, esa lucha se produjo en el mismo momento en el que la habíamos adquirido.

Subida en un triciclo, atravesando el Paseo de la Feria de bote en bote, y haciendo caso omiso a mi madre que me rogaba que me bajara.

Unos ojos, los míos, que se cierran unos segundos apenas, le doy la mano a una persona, abro los ojos y contemplo asustada que esa persona no es mi madre, respiro cuando me doy cuenta de que mi familia observa divertida la escena.

Ya bastante crecida, intentando subir a los cochecitos para poder participar de los juegos con mis hermanas y mis primas más pequeñas…

Tantos recuerdos de aquellas Ferias de mi infancia…

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